Comentario publicado por Bibiana Eguía, en su libro: Guía bibliográfica de autores y obras de Córdoba siglo XX, Bibiana Eguia, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2013.

Nuestra literatura desde la década del 40, ha mantenido un ritmo de crecimiento, ausente en otros momentos de su historia. Los autores cordobeses comenzaron a escribir de un modo dilatado, más sistemático, maduro y constante. Sin embargo, nuestro relevamiento da cuenta de que nuestros escritores se han inclinado más hacia la escritura de la poesía que hacia el cultivo del resto de los géneros. Silenciosa y silenciadamente, a lo largo del siglo XX, la literatura «de Córdoba» comenzó a definirse, a adquirir y a mantener ciertos rasgos que la distinguen y la definen. Este pasaje se realizó mediante la plasmación recurrente de temas, tópicos, formas, modos, esquemas y estructuras discursivas y textuales.
El esfuerzo de los escritores se vio acompañado por el trabajo sostenido de un importante número de empresas editoriales, como fue el caso de Assandri, los Establecimientos Gráficos Biffignandi, la Editorial Provincia, la de Alberto Burnichón, o la de  Francisco Colombo, Editorial Rossi o Centro, etc. Estas empresas perduraron hasta los años ´70, época en que las condiciones del mercado y los acontecimientos de la historia nacional dificultaron el desarrollo de las economías regionales.
Como siempre ocurre, duros son los comienzos y sólo el encontrarse entre pares da la fuerza necesaria para continuar. Así comienza, en los ‘50, el repiquetear de la «Campana de fuego» para convocar a la cultura. Allí habrían de encontrarse Alfredo Terzaga, Marcelo Masola, Carlos Fantini, Emilio Sosa López, Agustín Larrauri, José Cornejo, Enrique y Caracciolo Trejo, entre otros. Este grupo llevará a cabo una singular tarea en lo que se refiere a traducción de obras de poetas ingleses y alemanes, tarea que corría pareja al estudio de las mismas. Por citar algunas, recordamos la traducción de Enrique Caracciolo Trejo de los poetas ingleses del Siglo XVI, de las traducciones que Alfredo Terzaga hizo de los poemas de Arthur Rimbaud y de las que Marcelo Masola hiciera del Diario Fiorentino de Rainer María Rilke y de los poemas de Saint John Perse, traducción que le valió el reconocimiento del propio autor; y las que Enrique Luis Revol realizara de los escritos de Nataniel Hawthorne y Herman Melville para editoriales de Buenos Aires.
Las obras, pese al gran esfuerzo intelectual y material que implican, se mantienen en su mayor parte, poco conocidas o son de difícil acceso, a veces por una cuestión de difusión selectiva (en el  caso de traducciones), o por un problema de distribución en el mercado. Por estos y otros motivos, las letras de Córdoba (para los estudiosos) se mantuvieron y se mantienen aún hoy en el orden de “lo secreto” y para convocarlas hay que llamar a las puertas de unas pocas bibliotecas selectas y de numerosos domicilios particulares.
Córdoba se hace promotora de sus propias lecturas a través de la realización de diferentes antologías, entre las cuales se destaca la Antología de la poesía occidental de Emilio Sosa López. Vale recordar que en estos años, concretamente en 1959, la Editorial Assandri le concede el Segundo Premio Iniciación a Daniel Moyano, por un conjunto de cuentos titulado Artistas de variedades, germen de la novela Una luz muy lejana del año 1966.
Años más tarde surge otro centro nuclear, el grupo «Laurel», congregado alrededor de la persona de su editor, Alberto Díaz Bagú y de sus «Hojas de poesía» en las que se escucharán por primera vez, voces como las de Alejandro Nicotra, Jorge Vocos Lescano, Enrique Menoyo, Osvaldo Guevara, Julio Requena, Alfredo Ottonello Guevara y Lila Perrén de Velasco, entre otros, quienes representarán puntos de referencia y de inflexión para las nuevas generaciones. Comienzan, además, las «Tardes de la Biblioteca Sarmiento» y los Encuentros de Poetas de Villa Dolores, fundados y  promovidos anualmente por Oscar Guiñazú Álvarez, y que continúan luego de su fallecimiento.
Este movimiento de poesía que se inicia con “Laurel” no es superado coetáneamente por ninguna otra tendencia, y a partir de él, los autores se individualizan. Lo que había sido una clamorosa irrupción, poco a poco se va acallando en aras de complejas búsquedas personales, con intentos de dispar envergadura y de escasa convocatoria.
Este decurso culmina hacia 1976, cuando el golpe militar silencia casi la totalidad de voces, como por ejemplo las de las ediciones grupales del “Sapo de Arena” nacidas en el seno del “Taller del escritor”, surgidas en torno a las figuras de Luis Ammann y Francisco Colombo y que nuclea a los poetas Daniel Vera, Susana Cabuchi, Ofelia Castillo, Angel Zapata, Rafael Súcari, Mirtha Christiansen y Julio Castellanos, entre otros.
Hacia finales de los ‘60, además, comienzan a sobresalir nuevas escrituras como las de los poetas Romilio Ribero, Osvaldo Pol y Glauce Baldovín, quienes se inician en la creación y dan a conocer sus particulares mitologías (si bien ésta última demorará la publicación de sus poemarios hasta los ‘90).
A partir de la década del ‘80 se produce un fecundo renacer, que se mantiene durante los ‘90, floreciente en cuanto a extensión y profundidad. En el silencio y en el exilio, aquella voz adolescente maduró en obras de jerarquía, y se origina una profusión de ecos y llamados que ayudan a apuntalar lo que parecía perdido a causa de las restricciones que impuso la historia. La polifonía de voces se manifiesta en grupos originados en talleres literarios, entre los que se destacan –en Córdoba capital- los llamados “Homero Manzi”, “Raíz y palabra”, “Letra Libre” y “Sol Urbano” y debe añadirse la significativa tarea de difusión de Alejandro Schmidt de Villa María, poeta él mismo y editor, a través de las “Carpetas de Poesía” de su Editorial Radamanto. Lejos quedan los modelos literarios de Leopoldo Lugones y Arturo Capdevila, que inspiraron a tantas individualidades y acallaron o condicionaron a muchas otras.
Mediando los ‘80 pero decididamente en los ‘90, por citar sólo a algunos, se darán a conocer los nuevos valores literarios y voces tales como las de María Calviño, María Teresa Andruetto, Susana Arévalo, Livia Hidalgo, Esther Ramondelli, Adriana Musitano, Mónica y Graciela Ferrero, Silvia Barei, Susana Romano, María Alicia Dillon, Angélica Garay, Arnaldo Bordón, Aldo Parfeniuk, Pablo y Esteban Anadón, Marcelo Torelli, Alfredo Lemon y Edgardo Pérez. Favorecidos por las nuevas condiciones económicas, los autores pueden publicar bajo los nuevos sellos editoriales locales como Alción, Argos, Narvaja, Del Fundador, Del Boulevard (y otros), aunque una vez más, según afirmamos, obra publicada no implica para ellos, obra reconocida por la crítica y ni siquiera por los lectores, que se identifican mayoritariamente con un círculo selecto.
En lo que respecta a la narrativa, en líneas generales y no sin advertir la falta de sistematicidad y dispersión en la información sobre el tema. En los últimos años, los narradores han cosechado con mayor suerte si de lectores se trata. Sin discutir ni distinguir los méritos literarios, son referentes innegables de nuestra narrativa actual, la novelística de Cristina Bajo y la de Marcos Aguinis.
El siglo XX la ve nacer y desarrollarse desde el comienzo a la sombra de la magnífica obra de Lugones, La guerra gaucha o en los cuentos de Las fuerzas extrañas, mientras que en la vertiente regionalista aparece la Prosa Rural de Martín Gil, curioso intelectual de aquellos años. Por otra parte, en la línea de la crónica y la prosa lírica, que tanto arraigo presenta en nuestra provincia se dan a conocer y se desarrolla el género a través de los textos de Arturo Capdevila, Julio S. Maldonado, Efraín U. Bischoff y Jorge Orgaz y en estos últimos años, Daniel Salzano.
La narrativa cordobesa, a principios de siglo, posee un gran auge nacional (e internacional) con la obra de Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), quien, gozó la posibilidad, primero, de ser publicado en Argentina y España –al igual que Capdevila- , y segundo, de que varios directores cinematográficos eligieran, entre las treintena de textos editados, los más relevantes de su producción, para transformarlos en guiones en la década del ‘40, con la concomitante difusión que esto significa para el autor. Entretanto, la obra de don Juan Filloy nacía en el silencio y se difundía entre círculos muy restringidos en ediciones de escasísimos números. De esta época son Estafen! Op Oloop y Caterva!  –novelas consideradas por la crítica como las mejores de una vastísima y extraordinaria producción-. El aura de misterio –en la distancia- que rodea al escritor retirado en provincia hace nacer el “Mito Filloy”, ampliamente reconocido por Cortázar, mito que alimenta la figura “escondida” del autor y no (sólo) su escritura.
¿Será ésta la suerte de los narradores cordobeses? Triunfan en el extranjero (tal el caso de Héctor Bianciotti y Tununa Mercado, entre otros) o, se mantienen para un círculo de lectores privilegiados como es el caso de Estela Smania, Gabriel Schapira, Juan Croce, Diego Tatián, Lilia Lardone, Iván Wielikosielek, Carlos Schilling, Perla Suez o Susana Stutz, entre tantos otros? Y la nómina completa sería muy larga.
Nuestra ciudad ha contado con narradores de talla, como Jorge Barón Biza, Carlos Cabrera Álvarez, Graciela Battagliotti y Guillermo Rodríguez por citar nombres de algunos que ya no están. Grupos relevantes han sido “La Cañada” (integrado por Maximiliano Mariotti, Bienvenido Marcos, Renato Peralta, Aldo Guzmán, Carlos Gili, César Altamirano, Juan Coletti, Víctor Retamoza, Polo Godoy Rojo y Avelino Scarafía); luego surgen los “Escritores del Alto” y su contrapartida los “Escritores del sótano”, y en nuestros días, el “Caldero de los cuenteros”, encabezado por Susana Chas, Leonor Mauvecín y el poeta César Vargas. Pero también siguen actuando en el panorama local con excelentes producciones José Luis Bigi, Pedro Adrián Rivero, Alejandro González, Antonio Oviedo, Enrique Aurora, Reina Carranza y Lucio Yudicello.
Entre muchos otros, en Río Cuarto se destacaron Carlos Mastrángelo, Joaquín Bustamante, Juan Floriani y Oscar Maldonado Carulla; en San Francisco encontramos a Fernando López (ganador del Premio “Casa de las Américas”); en la zona de Traslasierra a José María Castellano; en Villa del Totoral a Julio Torres; en Río Tercero, a Azucena Gribaudo y Sergio Colautti (también ensayista).
Córdoba, región central, espacio de conjunciones y disjunciones, provincia mediterránea, la “Docta”, cuna del primer poeta criollo, tiene un perfil propio. Este horizonte, que es de estancia y de tránsito, de confluencia y de frecuente divergencia, de centro que a veces remite a lo particular y a veces a lo universal. Nombramos al pasar algunos ejemplos de este fluir de voces que aquí se instalaron: Alfredo Martínez Howard (de Entre Ríos), Polo Godoy Rojo (de San Luis), Rubén Alonso Ortiz (de Paraguay), Amaro Nay (de Perú), Andrés Rivera (de Buenos Aires) y Pablo Ponzano (de Reconquista, Santa Fe), Juan Coletti (de Mendoza). Hubo asimismo otros que residieron un breve pero significativo tiempo en Córdoba: Carlos Dámaso Martínez, Manucho Mujica Láinez, Francisco Luis Bernárdez, Baldomero Fernández Moreno, entre otros. Hay voces locales que se alejaron físicamente, algunas para no regresar más a Córdoba, es posible mencionar entre ellas a Jorge Vocos Lescano, Antonio Marimón, Tununa Mercado, Rafael Flores, Arturo Capdevila, Ofelia Castillo, Nini Bernardello, Héctor Yánover, Luis Guillermo Piazza, Alfredo Brandán Caraffa, María Adela Domínguez, Rodolfo Godino, Rosalba Campra, Abel Posse, Horacio Cabral Magnasco, Armando Zárate y Oscar Monesterolo.
Para cerrar con referencia a publicaciones referidas a otros géneros literarios, interesa señalar la presencia de ensayistas, autores de numerosos ensayos; que no han tenido la merecida recepción de parte de los lectores, el conocimiento por parte de los pares, ni el reconocimiento en el medio local. El ensayo de Córdoba, en su riqueza, sus afinidades, sus variedades temáticas y sus planteos ideológicos desarrollados a lo largo de una centuria, no cuenta con referencias teóricas que lo hayan destacado. La afirmación es idéntica para lo que hace a la escritura teatral, aunque hay actualmente en la Facultad de Filosofía y Humanidades, un grupo de investigación que aborda los textos de autores cordobeses y las propuestas y problemáticas que presentan.
Es preciso, para concluir esta panorámica, aludir a un proceso que se gestó en Córdoba en torno a María Luisa Cresta de Leguizamón y promoción, investigación y difusión de la literatura infantil y juvenil. La presencia de autores locales, con voces de reconocimiento a nivel nacional, da cuenta del hecho a partir del cual se advierte la marca que dejaron algunos escritores no cordobeses en su paso por el medio cultural local.
En los últimos años del siglo XX se advierte un notable el crecimiento de la producción literaria en nuestra provincia. Según nuestro relevamiento, de los 3700 registros literarios, alrededor del 45% corresponden a las décadas del ‘80 y ‘90, hecho que corre parejo al desarrollo de una conciencia cultural local.

Texto completo: http://www.ffyh.unc.edu.ar/sites/default/files/e-books/EBOOK_GUIABIBLIOGRAFICA.pdf